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miércoles, 16 de abril de 2008

JESUS Y SUS ENSEÑANZAS EN EGIPTO


ARQUEO AEGYPTOS



El Egipto Bíblico



Jesús de Nazareth y sus enseñanzas en Egipto

Texto de Amenofhis

Jesús de Nazareth es, para el bien de unos y para el mal de otros, el personaje más importante e influyente de la Historia del Nuevo Mundo. La sociedad occidental moderna no sería posible sin este hombre que, desde su nacimiento hasta su muerte, no solo nos ha legado una gran historia, sino todo un cúmulo de lagunas a su alrededor que, con gran despropósito, han sido manipuladas por la Iglesia a su antojo para poder tener el control de lo que comenzaba a ser, por aquellos años, su pequeño imperio.

La Iglesia Católica que nacía, basó su legado en una serie de ocultaciones sistemáticas de datos, que le permitía administrar mucho mejor al pueblo que comenzaba a aferrase a una nueva religión. El pueblo necesitaba creer, entre otras cosas porque el que no creía era considerado peligroso y en consecuencia sufría las represalias, y lo que los primeros cristianos hallaron fue una historia de tres mil años de antigüedad que era todo un filón por explotar. Este hombre, Jesús, se nos presenta como un personaje un tanto oscuro y casi podemos decir que amoldado a la situación. Nadie duda de su existencia, pero sí de su carácter divino y, mucho más, el desarrollo de su vida. No son pocos los teólogos que han manifestado su visión de este Jesús que tiene sus raíces en un mundo más lejano que el de Galilea. Egipto es un lugar importante, sino el más importante del Antiguo Mundo, y que fue el pilar básico para esa nueva religión que despertaba con toda su fuerza. En Egipto (así como en todas las zonas de influencia que por aquellos años tenía el imperio griego, que tras las incursiones de Alejandro Magno habían llegado hasta la mismísima India) se dieron cita tres milenios históricos que fueron fusionados con el nuevo poder cristiano. Se forjó lo que hoy se conoce como las Sagradas Escrituras. Y es que todo lo que se escribió sobre Jesús y su vida, lo hicieron más de cien años después de su muerte. No existe un solo documento de la época, ni siquiera Poncio Pilatos en sus múltiples legados, menciona la presencia de Jesús. En cuanto a fechas se refiere, hay una serie de desfases que no cuajan; muchos de los escritos se contradicen unos con otros, y ni uno solo de los evangelios canónicos (Juan, Lucas, Mateo y Marcos) nos explican que le ocurre a Jesús en el tiempo que transcurre entre sus doce y los treinta años . Mientras Juan le otorga un año de vida pública, los otros tres evangelistas le dan tres. Mientras Mateo habla de la huida de María, José y el niño a Egipto, los otros tres no mencionan este hecho, que sin duda fue crucial para la supervivencia del niño-dios. No pretendemos extendernos en argumentos en contra de la Iglesia ó en contra de ninguna religión. Simplemente, presentar aquí lo que se escribió en un libro, y lo que ya llevaba escrito tres mil años antes, porque hay textos suficientes como para demostrar que Jesús de Nazareth fue un hombre con ideas revolucionarias para su época, viajó a países que eran los más importantes en calidad de enseñanzas espirituales, y que Egipto es el punto de partida para la historia cristiana.

Egipto conservó toda su integridad como un único espíritu unificado durante todos sus períodos. Su concepción de divinidad paternal y presente en todos los aspectos de la vida es lo más aproximado que existe en todo el mundo al dios bíblico. En ninguno de los momentos en los que el país del Nilo estuvo gobernado por pueblos extranjeros que lo habían conquistado, se asumieron las influencias de la nueva cultura. Si acaso, en el período persa, muy sangriento. Pero la concepción que se adoptó no varió en absoluto el pilar básico de la creencia egipcia. Los ritos que traían consigo los nuevos reyes convivían con la antigua tradición sin absorber la energía que había acumulado esos tres milenios de desarrollo. Cuando llega el Imperio Romano, Egipto no se inmuta ante este nuevo mundo, y extrañamente, el mundo greco-romano sufre una egipcianización que solo se convulsionó con la llegada del cristianismo. Desde Alejandro Magno, que se coronó faraón bajo la protección del dios tebano, Amón; hasta los emperadores romanos que no solo edificaron santuarios egipcios, sino que restauraron los edificios más arruinados y mantuvieron en sus puestos a los principales sacerdotes del lugar. Los tres primeros siglos de cristianismo se originan en Egipto. La figura de Jesús, que no causó sensación entre sus contemporáneos, sino en los que nacieron muchos años después de su muerte, culmina con los decretos de, primero Teodosio y luego Justiniano, que decapitaron la base de la civilización egipcia, persiguiendo y dando muerte a todo aquel que estuviese ligado a la antigua religión. Y la figura de Jesús se abraza a la más antigua leyenda egipcia, el nacimiento, muerte y resurrección de Osiris. Y, si uno se pregunta como es posible esto, la respuesta es sencilla: En aquellos días, los sacerdotes que tenían el poder eran judeo-egipcios. Todo lo que se escribió después, ya estaba escrito, y solo fue necesario cambiar el escenario, modificar a los personajes y cambiarles el nombre.


El nacimiento de Jesús

Y nos cuenta el Evangelio de Lucas que la llegada de Jesús fue anunciada a María, su madre, por medio de un ángel de la siguiente forma:

"En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazareth, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la Casa de David; el nombre de la virgen era María. Y presentándose a ella, le dijo: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podría significar aquella salutación. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado la gracia ante Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz a un hijo, al que pondrás de nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y le dará Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos..." (L 1-26,33)

Haciendo gala de una cita de nuestro querido Francisco Martín Valentín, director del Instituto para Estudios del Antiguo Egipto, los egipcios de la época greco-romana no podían discernir entre los 3.000 años de Historia, entre lo que podía ser real y lo que formaba parte del mito, puesto que ellos mismos se habían encargado de fusionarlo. Y esto fue lo que vieron aquellos sacerdotes judeo-egipcios, que se basaron en una idea socio-religiosa para elaborar su libro sagrado, que fue la base del posterior cristianismo, es decir el que hoy se nos plantea. El advenimiento de Jesús es el inicio de la leyenda a la que muchos faraones se asociaron. La figura de María es la representación de la diosa Isis, madre de Horus y depositaria de una herencia faraónica que traspasará las fronteras del tiempo. Algunos faraones, encarnaciones del dios Horus sobre la tierra, necesitaron esta práctica de nacimientos divinos para alcanzar el trono de las Dos Tierras. Uno de esos casos, es el del faraón Amenhotep III, que reinó en Egipto durante la XVIII Dinastía. Su madre era Mutemunia, mujer de sangre humilde. Su padre, Tutmosis IV, heredero del linaje tutmosida al cual Tutmosis III había llevado hasta la cima de la gloria, y por lo tanto era Tutmosis IV heredero legítimo a la corona imperial. Al igual que Mutemunia, era María de procedencia humilde, y su hijo estaría en un puesto secundario para alcanzar cualquiera que fuese el trono. No ocurría así con José, que al igual que Tutmosis IV, pertenecía a la genealogía real, en este caso a la del rey David. El éxito de esta fórmula consiste en que la propia divinidad, llámese Amón, Yavhé ó Buda, da igual; fije sus ojos en la mujer humilde y la escoja para engendrar al hijo sucesor de ese trono, y tal como el ángel Gabriel dice a María: "y le dará Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos..." Y eso le ocurrió a la reina Mutemunia, aquella tarde sentada en los jardines de palacio. En el santuario de Luxor se halla una escena, grabada hace 3.400 años, en la que vemos este nacimiento divino. Pese a que el tiempo se ha cebado en él, nos muestra como el dios Amón, sentado sobre un banco, toma las manos de Mutemunia, al tiempo que el texto reza: "Ella se despertó por el perfume del dios. Le sonrió mientras venía a ella. La poseyó y la hizo verlo en su forma divina" Finalmente, Amenhotep III sube al trono de Egipto, y por lo tanto se convierte en Hijo de Dios, y su reinado perdura vivo en estos textos todavía hoy. Si acaso se diese el caso contrario, es decir que le quisieran dar a José un linaje que no le correspondía, también se dan casos en el Antiguo Egipto, como lo fue el de la reina Hatshepsut, puesto que el heredero directo era el joven Tutmosis III, ó mucho antes algunos reyes del Imperio Antiguo se vieron involucrados en esta forma especial de obtener el poder real. Pero, por si acaso todo esto nos parece coincidencia, tenemos un texto datado en el año 550 antes de Cristo, que es el nacimiento de Si-Osiris. Ocurre que Amón engendra en una reina al nuevo faraón, y "El cuento de Satmi" nos dice que "La sombra del dios se apareció a Mahiusqet, y le anunció: Tendrás un hijo que se llamará Si-Osiris..." Al igual que hizo Gabriel con María. Pero, las coincidencias van más lejos todavía, porque Maihusqet significa "Llena de Gracia", y Si-Osiris significa Hijo de Osiris, por lo tanto, Hijo de Dios.


© 2005, Amenofhis III (Luis Gonzalez Gonzalez) amenofhis_29@hotmail.com

ENVIADO POR RICARDO MATEO

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