León Gieco
Sólo le pido a Dios
que el dolor no me sea indiferente,
que la reseca muerte no me encuentre
vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.
Sólo le pido a Dios
que lo injusto no me sea indiferente,
que no me abofeteen la otra mejilla
después que una garra me arañó esta suerte.
Sólo le pido a Dios
que la guerra no me sea indiferente,
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente.
Sólo le pido a Dios
que el engaño no me sea indiferente
si un traidor puede más que unos cuantos,
que esos cuantos no lo olviden fácilmente.
Sólo le pido a Dios
que el futuro no me sea indiferente,
desahuciado está el que tiene que marchar
a vivir una cultura diferente.
Yolandita-Solo le Pido a Dios
LA INDIFERENCIA
Indiferencia. Es lo que se experimenta en el grado cero de la emoción, es decir, cuando los sentimientos están más fríos que calientes. Los cínicos, que mienten con desfachatez, los arrogantes y los soberbios que estiman su sí mismo en demasía, son indiferentes porque están fuera del escenario, porque parece no importarles nada. No estar implicado afectivamente con algo es un arma poderosa para manipular a los otros, al medio y al interior propio. La indiferencia es un lujo afectivo porque el indiferente no sufre con el sufrimiento de los demás. Y así como no sufre tampoco ríe, se sorprende, grita, llora o patalea. El indiferente no hace lo que todos los demás sí y por eso puede tachársele de aburrido o pedante. Los indiferentes nunca faltan en todas partes porque la indiferencia flota en el ambiente. Es como el aire que uno respira. Mientras todos se preocupan demasiado por sí mismos nadie se preocupa por los otros. La indiferencia permite la pobreza, el abuso, la violencia y la frialdad, por algo las calles se han llenado de basura, mendigos, vagabundos, prostitutas, asaltantes y corruptos. Como permite el empobrecimiento del espíritu, termina por enfriar todo aquello que encuentra a su paso. Es la guerra fría a la que todos juegan quizá sin darse cuenta. Cuando se quiere ser frío, se opta por ser indiferente. Sin embargo, hay dos tipos de indiferencia, la real y la simulada, pero al igual que todas las emociones lleva una suerte de gestualidad que la deja fluir por todo el cuerpo, después de todo cuando uno se muestra indiferente lo hace completito y no por partes. Es decir, toda emoción siempre lleva dentro una suerte de actuación, una estilización individual que sólo le pertenece a quien la porta. Y esa estilización va a todas partes con sus portadores, es como una sombra que no se ve, pero que está pegada a los diferentes modos de ser de cada uno.
La indiferencia real, la que no se actúa, la que es más natural que artificial, no necesita de mucha estilización porque simplemente brota, como los suspiros o los recuerdos. La simulada, salta con cierta intención de hacer como si nada pasara, niega la vida porque hace como si en la vida no hubiera pasado nada. Es una suerte de venganza endulzada con la perversión de hacer sentir al otro que no se siente. Sin importar la forma en que se presente, al negar la vida, la indiferencia mata, tortura, aniquila, pero no a quien la porta sino a quienes se les aplica. Necesita de los demás para poder despreciarlos. Al ser un escudo protector para el gladiador que la posee, también puede servirle de lanza para herir a los demás. Por ello a los indiferentes se les trata de manera distinta porque no están en comunión con los otros. La indiferencia es un modo muy particular de negar la comunión de los demás con el desprecio. A los indiferentes se les permiten las caras largas y endurecidas. Parece que nada les divierte y una forma de incorporarlos a la comunidad a la cual niegan es tratarlos bien. Los indiferentes son los aguafiestas de las reuniones porque siempre tienden a negar lo bonito de la comunión y lo hacen pasar como algo trivial y superfluo. Sin importancia pues.
No obstante la indiferencia es casi una condición generalizada. En un mundo en el que todos se enamoran cada vez más de su sí mismo, la posibilidad de vivir juntos se desvanece porque en la indiferencia el otro desaparece, con todo y sus emociones. Y no vale nada. Pero como el otro desaparece, el indiferente también se desintegra porque al negar la sociedad a la que pertenece se niega a sí mismo y entonces no le queda nada más que un mundo idealizado o mistificado que lo aleja de la realidad en la que vive. Los indiferentes viven en un mundo que han creado para sí porque sólo importan ellos, nadie más. La indiferencia generalizada permite toda clase de abusos desde el incremento de los precios de la leche hasta la violencia sexual. Y a esta sociedad le hace falta implicarse más con su realidad para poder modificarla. Desgraciadamente la indiferencia ha triunfado en un mundo en donde la falta de compromiso es una posición más cómoda. Mientras el compromiso exige responsabilidad, la indiferencia sólo requiere del cinismo, la soberbia y la arrogancia para olvidarse que el mundo está roto o a punto de romperse.
" SER INDIFERENTE ES COMO ESTAR MUERTO Y SEGUIR VIVIENDO"
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