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miércoles, 5 de marzo de 2008

CON LA ESPADA DESENVAINADA??


¿Has perdido alguna vez los estribos? ¿Gritaste o sentiste ganas de golpear a alguien?


Tenemos muchas emociones. Puedes sentirte feliz, triste o celoso. La ira es solo otro sentimiento. Es perfectamente natural enojarse algunas veces; de hecho, es importante enojarse a veces. Pero la ira debe liberarse de forma apropiada o te sentirás como una olla con agua hirviendo y la tapadera puesta. Si no dejas que salga el vapor, ¡el agua subirá y hará saltar la tapadera! Cuando eso pasa, no resulta divertido para nadie.


Hay diferentes formas de sentir la ira. Normalmente, tu cuerpo te dirá cuándo estás enojado. ¿Estás respirando más rápido? ¿Tienes la cara colorada? ¿Tus músculos están tensos y los puños fuertemente cerrados? ¿Sientes ganas de golpear a alguien o de romper algo? La ira puede hacer que grites a las personas que tienes a tu alrededor e, incluso, a las personas que te caen bien o quieres.


Algunas personas ocultan su ira en lo más profundo de su ser. Si haces eso, puede dolerte la cabeza o el estómago. Puede que, simplemente, te sientas mal contigo mismo y empieces a llorar. No es bueno esconder la ira, así que deberías encontrar una manera de liberarla sin herir a nadie (incluido tú).


Cuando un conocido se enoja, puede alejarse bruscamente o dejar de hablarte. Puede guardar silencio y retraerse. Algunas personas gritan y tratan de golpear o lastimar a cualquier persona que esté cerca. Si una persona está tan furiosa, tienes que alejarte de ella lo antes posible.


No pierdas el control. Desquitarse con los demás no resuelve nada. En cambio, reconoce que estás enojado y trata de saber porqué. ¿Qué puedes hacer tú para evitar que la situación se repita?


Es imposible no enfadarse nunca. Más bien, recuerda que tu comportamiento cuando te enojas puede hacer que la situación mejore o empeore. No dejes que la ira te controle. ¡Toma las riendas!


La ira tiene dos corrientes de manifestación: la interna y la externa.


Las manifestaciones internas a menudo son desconocidas para el observador no entrenado, pero, suelen incluir pensamientos negativos, destructivos, agresivos, pensamientos defensivos exagerados y que en conjunto presentan un patrón reiterativo, es decir, que se repiten una y otra vez.


Como todas las emociones tienen una representación corporal se suele mostrar como tensión facial, tensión muscular, expresiones orales, dolor de cabeza o del área mandibular, dolor de espalda. Las manifestaciones externas se presentan como el uso de palabras altisonantes o vulgares o interjecciones que denotan la alteración del estado anímico.


Los ademanes pueden tener la misma equivalencia en el lenguaje corporal. Pueden producirse actos que se hacen repetitivos y nos programan a reaccionar con hábitos y conductas agresivas que llegan a los niveles de agresión psicológica, verbal y física. La mayoría de las ocasiones se presenta una mezcla de estas dos vertientes de manifestación de la ira y la persona furiosa exterioriza sus pensamientos de manera verbal y conductas agresivas.


Las consecuencias son nefastas para el iracundo y su entorno. Se trastornan las relaciones conyugales, las relaciones y la estructura familiar. Este daño termina por inundar el ambiente laboral y el desempeño profesional del iracundo y lo degrada socialmente pues cuando el fruto de su ira se conoce puede ser rechazado socialmente. Pero el cambio más importante se da mucho antes de estos daños a su entorno.


Nos referimos a que la persona con un patrón de respuesta proclive a la ira, destruye la relación con su “propio yo” y se convierte en la primera víctima de su propia ira interior.


Su valoración de los sucesos diarios, aun aquellos que ocurren solo en su mente se altera y por tanto asume como primera opción de respuesta la ira, cerrando la posibilidad a los mecanismos de reacción constructivos y a la negociación. Es por eso que vemos, después de hecho el daño, surgir las manifestaciones del arrepentimiento y las promesas de no volver a recaer en la ira desencadenada. Vanas promesas pues en cuanto ocurre otro estímulo se vuelve a iniciar el ciclo de valoración errada del estímulo y la aparición automática de la conducta iracunda con los subsecuentes hechos negativos y violentos.


Es decir, estamos en presencia de una persona prisionera de sus propios automatismos

http://www.prensa.com/

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